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El crac de 1929 y la crisis econòmica

Nota de Opinión por Juan Carlos Díaz

“El crac de 1929 y la crisis económica”


El impacto de la crisis externa actual, que afectará a la economía local y su comparación al crac del año 1929, pero esta vez en un mundo globalizado.


¿Será necesario prosperar en la recomposición de las relaciones con el mundo financiero para mejorar la disponibilidad de crédito para el sector público y el privado?...

Existe hoy un plan de créditos oficiales para financiar a la compra de autos chicos y electrodomésticos (heladeras), la cifra: seis son los meses que estiman las concesionarias necesitarán para vender 100 mil autos con créditos oficiales en la Argentina… No así de electrodoméstico…

La Historia Universal nos esclarece de la crisis económica de los años 20 de un mundo industrializado, hoy globalizado... ¿que nos concedería?…

“La euforia económica de los años 20, apoyada en el crecimiento de Estados Unidos y en la rápida reconstrucción de Europa, creó una burbuja financiera que explotó en octubre de 1929 y sumió en una profunda crisis al mundo industrializado.

Durante la década de 1920 la economía europea experimentó una notable recuperación protegida por un clima de paz y estabilidad política, la producción industrial de las naciones desarrolladas superó las cotas prebélicas y los intercambios comerciales estaban a punto de duplicar su volumen global respecto a 1913.

La prosperidad de los “felices veinte”, obtenida en tan breve plazo, generó un optimismo un tanto acrítico. Aquellos resultados fueron atribuidos a las doctrinas políticas y económicas en que se sustentaban: la democracia parlamentaria, por un lado y el librecambismo, por otro. No sin razón el brusco desencanto se tradujo en una crisis de estas doctrinas y en el auge de los totalitarismos.



Estados Unidos, a la cabeza

La brillante reconstrucción europea, sin embargo, ocultaba regresiones estructurales. En primer lugar, EEUU había avanzado a Europa en la producción industrial, cuando en 1913 acaparaba solo un 35%. En segundo lugar, el comercio europeo había perdido mercados: algunos ya se habían industrializados; otros ya recibían productos de EEUU o Japón; Rusia ya no era accesible… Además, la reconstrucción de Europa requería fuertes inversiones, que llegaron en forma de créditos desde Estados Unidos.



La industria estadounidense experimentó un gran desarrollo durante los años 20, por su posición ventajosa respecto a Europa y por su pujante mercado interior. Se tendía a la producción masiva, estimulando todos los mecanismos de la publicidad y recurriendo al crédito sin temor. Ahí estaba el punto débil, en la creación artificial de un mercado más amplio que la capacidad real de compra. Basta pensar en que, por ejemplo, el país pasó a tener 12 automóviles por cada 1000 habitantes en 1913, a 189 en 1929, lo que supuso el crecimiento del parque automovilístico de poco más de 1 millón a 23 millones.



En ámbito empresarial, se producía algo similar. Los grandes beneficios habían atraído grandes masas de capital, ansiosas de multiplicarse. Existía una fiebre inversora y especulativa a corto plazo. De la noche a la mañana podía nacer una gran empresa, aupada por los créditos que le eran concedidos sin contrastar su solvencia y futura rentabilidad. Sus títulos se cotizaban en bolsa por encima de su valor real. Era un cheque en blanco a la prosperidad, con el agravante de que ese cheque se firmaba en ocasiones sin fondos, puesto que los accionistas llegaban a serlo, a su vez, en crédito.



El sistema estaba expuesto a quebrar si se truncaba el optimismo. Y eso fue lo que ocurrió a finales de octubre de 1929. Un movimiento de pánico provocó la caída general de las cotizaciones bursátiles, en un descenso en cascada. Consecuencia inmediata de aquel crac bursátil fue la Gran Depresión de la economía. En pocos meses se hundió el mercado de bienes de equipos y bienes duraderos – máquinas herramientas, industria automovilística y afinas, equipamiento doméstico, etc. – los precios se redujeron un 32%, quebraron 6.000 bancos, y el número de parados ascendió a 8 millones en el 1931.



A finales de 1932, la renta per cápita del estadounidense era la mitad de la de 1929, habían cerrado 90.000 empresas, y el país soportaba una carga de 14 millones de parados.



El hundimiento de la bolsa de Nueva Cork repercutió inmediatamente en Europa. Se empezaron a retirar las inversiones y los créditos norteamericanos, que respaldaban toda la estructura económica de la posguerra. Gracias a los créditos, Alemania podía satisfacer las indemnizaciones de guerra según el plan Dawes, que las potencias aliadas utilizaban a su vez para saldar sus dudas con EEUU. El sistema puso en evidencia su gran fragilidad y se vino abajo.



Además, junto a la crisis financiera, hay que mencionar la crisis comercial e industrial. EEUU absorbía algo más de un 12% del comercio mundial; al reducirse drásticamente este porcentaje, Europa perdió un importante mercado.



De un modo global, la crisis de 1929 clausuró una larga etapa de confianza en el librecambismo. El mundo exploró entonces medidas proteccionistas y atribuyó al estado de una amplia gama de funciones dentro de campo económico.



En este cambio de orientación pesó el ejemplo soviético, con sus métodos planificadores, tanto por lo que tenía de meta para quienes lo propugnaban como un sistema sustitutorio, como por lo que tenía de riesgo – cara a su implementación por vía revolucionaria – para quienes deseaban mantener la estructura capitalista de la sociedad.



La historia de los años siguientes puede interpretarse a la luz de semejante dilema: la aparición de los totalitarismos y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.



En Alemania y Austria la situación se volvió insostenible, con 6 millones de parados en 1932.



No se vislumbraba otra salida que la denuncia de las reparaciones de guerra, la congelación de capitales extranjeros y la implementación de un régimen autoritario capaz de intervenir con energía en la política económica del estado.



La crisis en Gran Bretaña y Francia



Gran Bretaña, con tres millones de parados en 1931, suspendió la convertibilidad de la libra y abandonó e patrón oro, lo que implicó una devaluación del 30%. El gobierno renunció al librecambismo y tradicional, adoptó medidas financieras e impulsó las obras públicas. En 1937, la crisis quedaba atrás, con una producción industrial que superaba en un 20% a la de 1929.



Francia, por su lado, menos industrializada y acostumbrada al proteccionismo, frenó al principio la crisis y mantuvo el patrón oro. Pero acabó sucumbiendo en 1932; los precios bajaron, hubo que reducir la producción, se cerraron industria y creció el paro. La recuperación no se inició hasta 1938.”


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